La polarización política que hoy vive el país saca a relucir lo más asqueante de sus protagonistas bajo la premisa adoctrinada que los concierne, porque el único designio con carácter ideológico es acabar, arrasar y desprestigiar al que no comparte las ideas del caudillo de izquierda, derecha o del “centro” que sólo existe en el imaginario de los responsables del hecatombe. La utilización de su capital social los convierte indeliberadamente en borregos dependientes del explotador sectario que gozan como líder del proyecto político pútrido al que siguen y representan con honor, en las que su labor social es la esclavización del criterio propio.
Colombia se supera así misma en el grado de insensatez política que nos han sumergido los más representativos honorables parlamentarios que han promovido la mayor división social de la historia reciente de nuestra patria boba.


El silencio cómplice de estas corrientes de pensamiento visiblemente opuestas cuando exterminan a un líder social, a un candidato a ocupar un cargo público, a un soldado del estado o a cualquier colombiano que “milita” en alguna de las filas de su adversario, lo utilizan vomitivamente para descargar el odio acérrimo de los que están acostumbrados, tratando de incriminar a su contradictor político, porque el que comulga en su corriente es inocente de todo lo que sucede en Colombia: “los malos son los otros.”


Todos y absolutamente todos los asesinatos deberían ser rechazados por aquellos que se han convertido en el faro moral de la lucidez política colombiana, caracterizados por un ego estratósfero que los ciega en sus viles intenciones para lograr la derrota de su opositor de turno, utilizando métodos rastreros y de dudosa procedencia; incluyendo las llamadas fakes news para conseguir el cometido. Los seguidores de esta improvisación de caudillos, ¿no les remorderá su conciencia al saber que su ídolo o “mesías” hace política perversa? ¿No?


Los defensores del proceso de paz de La Habana aseguran que ha vuelto la guerra, una guerra que nunca se ha ido, que siempre ha estado en los colombianos y que obligó a sentar a asesinos, narcotraficantes, violadores, secuestradores y genocidas a negociarla con el estado, lo curioso es que una gran parte de los arquitectos en la construcción de paz le declararon la guerra a los colombianos volviendo al monte a “tirar” bala, como lo único que saben hacer, porque desde las ideas nunca pudieron. Duele ver que emocionaron al colombiano de a pie con una falsa idea de PAZ que ellos mismos hicieron trizas.


Colombia no necesita ni de la paz del SÍ, ni de la guerra del NO para resurgir como país, necesita la reconciliación de cada uno de los colombianos, dejando atrás su mezquindad política-ideológica en torno a esas dos palabras que zanjan la destrucción total de lo que queda de este país de la doble moral.

Alberto Bello

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